viernes, 28 de enero de 2011
Lesbos-Somnia
En la penumbra;
Un rizo pelirrojo caía suntuoso sobre su hombro, marcando un camino láctico hacia su pecho blanquísimo.
Su boca hacía juego con la aureola anaranjada de su pezón excitado.
Sólo mirarla hacía cosquillas en mi vulva. Su delicada mano asió mi muñeca.
¡Me sentía tan enorme, tan torpe, tan alta, tan fálica en su frágil compañía!
Era mi pel tan morena, mis manos tan toscas, tanta voluptuosidad iba a ensuciar el cuerpo divino que tenía en frente. Mis ojos se unieron a su mirada, una mirada azul, crsitalina, marina.
Bajo su pecho encontrabas el pan de un abdomen perfecto, delgado, tierno, con un vello suave y un olor embriagador a las puertas de su pubis.
A juego con los rizos caidos en su hombro su pubis me regalaba una fina línea pelirroja de pelo tímido que intentaba esconder con sutilileza una vulva femenina, casi infantil.
Las piernas blanquísimas que la separaban del suelo, tenían formas sinuosas y se separaban de su cuerpo en un triángulo perfecto. ¡Era tan preciosa! Tan sutil, tan sugerente...
Su mano había cogido mi muñeca, me trajo su cadera que quedaba un poco por debajo de la mía y abrazó mi espalda. Hube de cerrar los ojos para concentrarme por completo en el roce de sus pechos en la parte alta de mi abdomen, y el maravilloso olor que despendían su pelo y su piel.
Me miró largamente hasta que abrí mis ojos, tan oscuros, tan masculinos, tan anhelantes de las aguas de mi amante. Acercó su boca suavemente a la mía; jamás cerró los ojos, cambié mi vergüenza por seguridad y apliqué presión sobre su cientura, casi podía cerrar mis manos en derredor. Se colocó de puntillas y besó suavemente mis labios. Mi seguridad desembocó en determinación; la besé largamente. Nuestras lenguas comenzaron una lucha eterna, húmeda, elíptica.
Mis manos bajaron a su culo, un cuelo pequeño, redondo, esculpido por algún ente muy parecido a Dios. Cuando la levanté del suelo y encontré que me sobraba fuerza para tenerla alzada me planteé mi propio ateismo. Ahora sucabeza estaba sobre la mía. Donde debía estar. La llevé hacia el futón. Se dejó hacer, tan frágil, tan niña, tan infantil. Yo era un monstruo. Una colonizadora. Iba a destruir aquel cuerpo perfecto con sólo tocarlo, pero creedme; era imposible no hacerlo.
Pasé mi lengua por su cuello, ella gimió muy bajito, casi como una respiración fuerte, me detuve en sus clavículas perfectamente visibles. Cuando mi boca llegó a su pecho no tuve más remedio que retrotraerme a mi infancia. Eran los propios pechos de la diosa Tierra. Me alimenté de vida y seguí la línea hacia su ombligo.
Coloqué mi rodilla en el hueco que sus piernas me regalaban, entonces elevó las piernas y me miró entre seria y excitada. Ese regalo de 45 kilos era mío.
Lamí la cara interna de sus muslos, mientras atendía a algo como nunca en mi vida, notaba cada cambio en su respiración, cada pequeña fluctuación en lo erizado de su vello, cada leve nota arriba o abajo en sus gemidos suaves...
Había llegado la ansiada hora... Y dilaté el tiempo. Me senté sobre el trozo de futón que caía sobre la pared y la cogí de nuevo, ese gesto de poder, hacía que mi decisión se tornara deseo irrefrenable. Nos volvimos a besar. Tocaba mi cuerpo como si de un animal se tratara, y así me sentía yo, como un animal salvaje que fuera a destrozarla, y cada vez me importaba menos. Enredé mis manos en su pelo naranja, quemándome, ardiendo.
Empezaba a frotarse contra mi, a moverse sobre mi, su vagina subía y bajaba en mi muslo derecho y su cara era menos inocente, aunque no podía dejar de serlo.
Me tumbé. Definitivamente; no podía más. De haber tenido puesta ropa interior, hubiera tenido que tenderla en un día ventoso.
La así de las caderas, unos huesos con una fina capa de piel sobre ellos y puse su sexo sobre mi boca. La imagen era perfecta, la observaba moverse completa sobre mí, inclinó su cuerpo hacia atrás y me cogió los tobillos. Incluso ese leve gesto hacía que se erizase toda mi piel.
Introduje mi lengua entre sus labios menores y seguí humedeciendola. Ella se contorsionaba en un baile frenético imitando a mi lengua... Acerqué las manos hacia su pecho, y ella lo acercó un tanto para que puediera tomarlo. Me lo regalaba. ¡Me lo daba!. La gacela ofrecía su lomo al lobo. Y como lobo lo tomé.
Se hizo de día en la habitación de mar y tierra, 5 habñia sido los gritos que había lanzado mi víctima al cielo. 5 paraísos había conseguido regalarle. Pero todo era poco. Todo me sabía a poco. Era tan bella. Era tan mía. Se durmió sobre mí, entre mi hombro y mi pecho.
Sigilosamente me lié un cigarro. Mientras lo fumaba pensé, en cuanto el piti se consuma, despertaré de mi sueño, pero volveré, pelirroja, volveré.
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Qué relato más genial María =)
ResponderEliminarPelirrojas... temblad!!! Muajaja
Gracias (menos mal que ya no eres pelirroja)
ResponderEliminarMe pone.
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