sábado, 23 de noviembre de 2013

La noche de Victoria, PARTE II

La banda sonora adecuada para la lectura.

Al entrar a su antro preferido zigzaguearon entre la gente, para llegar a la barra. El bar estaba lleno de humo, y de conversaciones intentando superar el volumen de la música. Mantenerse en silencio hasta tener una bebida en la mano, era una especie de acuerdo entre el Largo y Victoria.

Sentía cierta opresión en la mandíbula y no sabía qué hacer con las manos, esperaba que el Ron disminuyera la presión de las anfetaminas.

Era el camarero de siempre, Largo sabía que Victoria llevaba meses intentando llevárselo a casa, aún no lo había conseguido, pero por mucho que sufriese su autoestima, se mantenía férrea y espartana.

Al llegar el primer sorbo de la copa a la garganta de Victoria, y mezclarse con el amargor de los estimulantes se acordó de ÉL. Aquello era como la magdalena de Proust, pero en lugar de recordar su hogar de la infancia, su mente voló hacia la cara sonriente, el amanecer en la sierra, la nieve, sus clavículas... Eran flashes rápidos, desenfocados, pero intensos. Miró al suelo y se sintió más cerca de aquella colilla completamente lisa, que de cualquier ser humano que la rodease.

Unos veinte minutos después, el Largo la sacó de su pozo mnésico:
-Tía, vamos al baño.
Siempre los miraban raro cuando entraban juntos al lavabo, todo el mundo pensaba que iban a follar. Nada más lejos. Largo era un hermano. Sacó del bolso los enseres necesarios y pintó.
Pintó la forma principal, el argumento de la noche, la estructura. [...]

Salieron del baño. Ella siempre se preocupaba por que no quedaran restos, y a pesar de que el Largo y el espejo se lo habían asegurado, se toqueteó la nariz una vez más. Las primeras caladas de aquel cigarro. Joder.

Estaba disfrutándo de un verdadero chute de dopamina pura en el núcleo accumbens cuando lo vió. Pareció que ocurría a cámara lenta; se abria la puerta de pub y entraban tres tíos. Siempre iba con sus dos compinches, el muy cabrón.

Que guapo era. No, no era guapo; era puro sexo. Su mirada, su espalda, su voz. Al verlo entrar se dió cuenta de que le necesitaba aquella noche. Que le jodieran al de la nieve y las clavículas, por hacerle daño, por destruirle la existencia, por su inconstancia y por su verga, que le jodieran por todo lo que merecía.

Conseguir la atención del guapo no era tarea fácil, nunca lo había sido, al menos para Victoria. Parecía mostrar interés por mujeres muy distintas de ella. Pero Vic no sabía mentir. Nunca supo ligar. Por eso el camarero tardaba en caer. Ella no era sutil, no era misteriosa. Era muy inteligente, pero era sincera siempre, y esa especie de onanismo moral, nunca parecía estar de su parte.

El Largo se percató de la mirada y le sonrió. -Voy a pedir, ahora te veo-Dijo su amigo, adelantándose.
Hubiera necesitado mucho más alcohol para acercarse a la personificación masculina del sexo, pero no aquella noche, no con el recuerdo de ÉL tan fresco, agujereándole el cerebro.

Don sexy se mostró amable, incluso halagador (siendo ellos dos, un milagro). Se mostró igualmente decepcionante. Don sexy se había casado; con una chica tan diferente a Victoria que parecía de otro planeta, tan diferente a lo que él le decía que deseaba cuando se tumbaban a fumar después, ella era la antítesis de aquello. ¿No había hecho lo mismo ÉL? ¿No hacían esa mierda todos?

Volvió con el Largo, más vieja y menos borracha. Más humilde y más sabía. Era una broma de mal gusto llamarse Victoria.

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