Sus voces agudas mientras caen en picado al atardecer
Eso es mi casa.
Uno tras otro, unidades negras contra cielos metálicos.
Grupos concurridos contra cielos pastel.
Vuelan desde África, huyendo del calor.
Incluso el verano es subjetivo.
Sin parar, sin dormir, sin descanso
Reposar, deternerse, es morir
Son la única especie que conozco,
que ha entendido de qué va esto.
Dejan sus nidos colgados en los canalones,
y en un régimen de visitas aparentemente aleatorio,
van y vienen. Caen y ascienden.
Hacen de lo inhóspito un hogar.
No habrá vencejos en Albania.
Migraré sin bandada,
y echaré de menos como pintan el lienzo del cielo,
en los atardeceres templados del verano.
Como ellos, volaré sin detenerme, sin recesos.
Frenético, del que se sabe condenado si
pisa el suelo.
sábado, 18 de julio de 2020
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