lunes, 5 de diciembre de 2011

2072

Por la mañana

Una leve brisa levanta la cortina blanca y me deja ver el Sol.
Intento darme la vuelta y me siento pesada en el movimiento.
¡Qué jodidamente limpias están estas sábanas!, sobretodo teniendo en cuenta que me cago encima cada tres horas.

Suena el teléfono en el salón. Victoria descuelga.
-¿Sí?Un momento
Escucho como se acerca a mi habitación, bueno para ser mas exactos a la habitación que ocupo en su casa. Desde que murió su padre, y yo dejé de mover mis piernas, me llevó a vivir con ella.
-Madre es para tí.
-¿Quién coño quiere hablar con una vieja a estas horas?
-Pues no sé, dice ser un tal Americano helado o algo así.

Se me seca la garganta. Se me hace un nudo en el estómago. Un corazón adolescente en este cuerpo de vieja.

-Hola AcH, ¿Para que misión me necesitas?
-Hola AdA, te acuerdas bien para llevar tantos años en inactivo.
-Las piernas no me funcionan, pero el cerebro sigue a toda marcha. Seguro que todavía te gano al ajedrez.
-Bueno, eso habrá que comprobarlo.

Ésa misma tarde

Victoria me ha duchado, tenemos una sillita en la bañera. Es de plástico y se me pega a la piel. Le veo la cara de asco. Aunque se le nota poco. Me trata con cariño y me habla dulcemente. No he sido tan mala madre, después de todo. Me viste y le pido que me haga el principio de la trenza, ya no me llegan tan atrás los brazos. Cuando me cae por un hombro sigo trenzando el pelo blanco, Victoria lo hace mas rápido, yo apenas puedo mover los dedos, pero me gusta hacerlo, me hace sentir que aun puedo cambiar el ambiente.

Decido ponerme una manta sobre las piernas. Es primavera, pero no quiero que las veas, inmóviles, inútiles, como este cascarón que es ahora mi cuerpo, y que además pronto estará vacío.

Escucho el timbre. Sé que eres tú. Se me acelera el corazón, ¿Cuánto hace que no te veo?
Entras en mi salón dónde hay un servicio de café, un tablero de ajedrez, una planta, un sofá y yo todos igual de quietos. Igual de incapaces de moverse.

Andas bastante curvado, y no te queda un sólo pelo en la cabeza. Mantienes una barba blanca, que te hace parecer aún mas filósofo. Tu cara está llena de las arrugas que se te intuían de joven y muchas más. Pero tus ojos...Tus ojos son los mismos ojos que recordaba.

-Lamento la muerte de tu esposo.
-Gracias, igualmente. Bueno dejémonos de formalismos y cuéntame que has hecho los últimos 50 años.
-¿Qué más da? He trabajado, me he casado, he tenido hijos, he estado de vacaciones, he pasado el final de las revueltas. He hecho lo mismo que vos. No vengo a eso, compañera. Vengo a estar contigo, como no estuvimos cuando éramos un par de imbéciles...

La última noche

Hemos cenado juntos, y me has dado la mano en la mesa. Incluso antes de irte a dormir me has besado. Sabes a Granada, a Galicia, a Buenos Aires. Sabes a nuestro perro. Sabes a revoluciones estudiantiles. Sabes a experiencia y a voluminosos libros llenos de polvo.

Una leve brisa levanta la cortina y me deja ver la Ursa Maior.
Aquí tumbada en mi cama de sábanas blanquísimas me despierto. Me cuesta un gran esfuerzo cambiar de postura.

Ha sido un bonito sueño, hubiera estado bien verte en este día, en vez de dormitar delirando como un cerebro mal conectado en una cubeta de células deshaciéndose. Me vuelvo a dormir con todos mis sentidos concentrados en la red de engramas sobre tí que me resta: tu recuerdo.
Me apago. La acuarela se diluye en el agua y ya no lo queda rastro del color. Tengo frío, debes de estar cerca.


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