sábado, 5 de noviembre de 2011

Velando a los muertos

Cómo en uno de mis terrores nocturnos predilectos,
un ser querido, muerto, comparte mi cama.

Hacerse de roca.
Actuar correctamente.
Escuchar consejos.
No al retribucionismo.

Al caer la noche y observar al muerto,
casi prefiero ser la de antes.
Los labios rectos, finos, fríos. La mirada en el techo.
Una falta absoluta de ergonomía.

Flores, bombones, promesas que no se piensan cumplir.
¿Por qué habíamos de ser diferentes?, al fin y al cabo hablamos
en lenguajes diferentes. Te vas pensando que soy completa, que soy entera,
que simplemente; soy. Y que no te necesitaré, ni te anhelaré.
Es lo que debes pensar.

Me das todo y me pides sólo una cosa.
El final dramático que esperabas; ¡no puede ser!
Por mucho que queramos, esa clase de performances,
no me pegan. Ni una pizca de necrofilia recorre, ahora, mis venas.
¡Dejemos tranquilos a los caídos!

Y mientras todo esto ocurre, y yo velo a los muertos sin lágrimas,
con flores y con velas, sólo las caras de los vivos recorren mi cabeza.
Es como si al acercarme a lo escatológico me alejase de lo vital, y
entonces un fino velo negro no me dejase volver a vivir con vosotros.
Como si hubiera estado ya tan cerca de la parca que se hubiese encaprichado con mi alma.

FUEGO

Pira crematoria dónde quemar a mis muertos y dejarlos pasar.
Ver como la barca recorre de una vez el camino del mar, y poder volver a casa
desde el espigón. A compartir panes y misieras. Algún día podré dejar el puerto,
las idas y las venidas y podré estar del todo.

El primer paso hacia el norte lo he dado hoy. Sólo es cuestión de seguir.

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